Cómo Transformé mi Vida a través del Ejercicio de Fuerza

Mi historia de cómo rompí mis propios límites y recuperé mi confianza

Mi Relación con el Ejercicio: Un Camino de Altibajos

Crecí rodeada de oportunidades deportivas. Tenía acceso a muchas actividades, desde natación hasta atletismo. Mis padres, con buena intención, me inscribieron en clases de natación. Aunque nunca fui la mejor de la clase, siempre estaba ahí, dispuesta a intentarlo.

Desde que tengo memoria, siempre sentí que la actividad física no era lo mío. Mientras mi hermano y mis primos corrían con agilidad y saltaban sin miedo por la finca, yo me quedaba atrás, siempre luchando un poco más. Recuerdo los golpes y las caídas, y con el tiempo, me fui convenciendo de que lo mejor era evitar cualquier cosa que pareciera demasiado extrema. ¿Alguna vez has sentido que el ejercicio no es para ti ?

Descubriendo la importancia del ejercicio

En la escuela, sin embargo, las cosas eran diferentes: nadie quería tenerme en su equipo de educación física. Pero, por suerte, mi desempeño en otras materias me ganó algunos amigos que me acogían. 

A medida que crecía, el ejercicio se convirtió en una obligación, en algo que simplemente “debía” hacer. Cuando llegué a la universidad, decidí que era hora de liberarme de esa carga. Pensaba que no necesitaba hacer ejercicio porque nunca había tenido problemas de sobrepeso. Sentía que el ejercicio no tenía nada que ofrecerme. Además, disfrutaba de la “libertad”; de comer lo que quisiera: empanadas y sodas se convirtieron en mi rutina diaria. 

Pero esa “libertad” tenía un precio. A los 19 años, sufrí mi primer episodio de piedras en los riñones. Fue un golpe de realidad. De un día para otro, dejé los refrescos y empecé a beber más agua. Pero, aun así, no estaba lista para volver a moverme más de lo necesario.

A los 22 años, mi cuerpo empezó a cambiar. Sin darme cuenta, había ganado peso, y aunque no tenía una barriga prominente, la ropa me apretaba de maneras que antes no lo hacía. 

Incluso mis brazos apenas cabían en las mangas de algunas camisas. Mis alergias, que habían sido una constante en mi vida, empeoraron. Pero lo que realmente me sacudió fue el comentario de mi entonces novio, que me dijo que estaba “gorda”. Ese comentario, aunque hiriente, despertó algo en mí. Quería demostrarle que estaba equivocado. Quería demostrarme a mí misma que podía cambiar.

Sin lucha no hay progreso.
Frederick Douglas

Así que tomé una decisión: empecé con pequeñas caminatas los fines de semana cuando regresaba a mi casa en Colón. Luego, redescubrí un viejo aparato de ejercicios en casa de mi abuela y empecé a usarlo. Poco a poco, mi cuerpo comenzó a transformarse, más rápido de lo que había imaginado. 

Pero más allá de los cambios físicos, algo mucho más profundo ocurrió: redescubrí el placer del movimiento. Esa sensación de bienestar, ese impulso de energía que había olvidado, volvió a mi vida justo cuando más lo necesitaba.

El ejercicio dejó de ser una carga y se convirtió en un regalo. Aprendí que no se trata de ser la mejor, sino de disfrutar el proceso, de sentir el poder de mi propio cuerpo en movimiento. Me di

cuenta de que no se trataba solo de cambiar mi físico, sino de cambiar mi perspectiva, de recuperar esa conexión conmigo misma que había perdido.

Hoy, el ejercicio es mi forma de recordarme a mí misma que soy capaz de más de lo que creo. Que puedo superar cualquier obstáculo, incluso los que yo misma me impongo. Y quiero compartir esto contigo: nunca es tarde para empezar de nuevo. Nunca es tarde para redescubrir lo que realmente te hace sentir vivo.

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